El 17 de noviembre de 2000, después de haber proclamado los Premios de la Bienal otorgado por el jurado UNESCO que yo presidía, fui a encontrarme con Mendive en su pequeño paraíso perdido en la campiña tropical y, como cada vez que lo encuentro, me siento evadido fuera del tiempo, y Joan Guaita puede aportar su testimonio al respecto; la magia Yoruba, salida de sus escondites oscuros, se ilumina bruscamente; desarrolla sus prácticas en el seno de un origen iniciático que bien pronto se conocería como un macumba blanca.
La antigua región Yoruba parece haber tomado buena nota del destino versátil de la imagen mendiviana y el oportunismo sereno de su nueva emergencia. Paz y serenidad son sinónimos de monumentalidad. La Mujer Sede, que le acoge en sus entrañas, decrépita su cabellera estirándola. La naturaleza mendiviana ha encontrado la clorofila completa de su buena salud. Toda África está en curso de blanquearse al sol de la esperanza. Y esta esperanza es una brillante paradoja surgida como un brote de caña de azúcar en el seno de los vestigios esqueléticos de una ideología marxista devastada.
Las obras de Mendive en los años 2000 son la madurez y la eclosión de un imaginario panteísta y animista que acaba por incorporarse, sin pudor ni complejos, en el flujo informativo de nuestra escultura global, como si hubiera salido de un sitio de Internet. Seguimos a Mendive dentro de la seguridad tranquila que produce la fuerza de su visión. La clandestinidad iniciática ya no es admisible y el mensaje que transmite el artista es el de una cultura que ha hecho, en lo sucesivo, sus ritos concluyentes con ella misma y que se presenta como una referencia de pleno derecho. Mendive no ha perdido sus secretos, sino que los deposita en el corazón mismo de la comunicación global como signos vectores de la más fundamental información. Puesto que se trata, como siempre, de la iconografía mendiviana, de una meditación tanto mental como sensual sobre el ser y su relación con el mundo, con la naturaleza del mundo que es la naturaleza de las cosas, de todas las cosas. Como el ordenador está indisociablemente ligado a su ratón, cada ser está ligado a los signos simbólicos de su destino. Mendive siempre ha sido un descubridor en materia de signos, habiéndose convertido en el pionero de la nueva civilización planetaria. Toda la red compleja de las estructuras telemáticas ha trenzado en nuestro cerebro el trasplante de una máquina electrónica inteligente y generosa por destinos (o por cálculo). Mendive ha entendido que las generaciones sucesivas ya no tendrán necesidad de realizar el inmenso esfuerzo mental que consiste en memorizar los datos básicos sobre los cuales fundamos todavía las referencias de nuestra identidad y de nuestra sensibilidad. Estas referencias las encontrarán nuestros sucesores almacenadas en Internet, la memoria planetaria de la humanidad. ¿Qué harán los hombres de mañana ante esta inmensa cantidad de energía mental así liberada? Es de esperar que se transferirá en energía sensorial y que reencontraremos la utilización directa de los sentidos que tenemos completamente narcotizados por el abuso de poder de la actividad mental: el gusto, el olfato, el tacto que eran el patrimonio y la herencia exclusiva de los ancestros lejanos de Mendive y de todos los iniciados del panteísmo africano, asiático, indio y oceánico… Cuando la conciencia humana está enfrentada a un tal presentimiento de revisión fundamental, proyecta instintivamente sobre esta situación transitoria la metáfora del apocalipsis con su dualismo fundamental: el horror, la violencia, la Bestia; la belleza, la paz, la Jerusalén celeste.
Mendive como observador inspirado, ha sabido instintivamente asumir el recorrido ancestral. Las muestras emitidas de su fantasmagórica, tenebrosa y viscosa, han encontrado el oxígeno del paraíso celeste. Su obra ha ganado no solamente en energía y en peso específico, sino también en actualidad inmediata.
Las imágenes de Mendive son serenas porque su autor sabe muy bien que ha encontrado ya su lugar en la actualidad de mañana.
Pierre Restany
Texto para el catálogo de la exposición: ¨Los ancestros, orisha, naturaleza y el pensamiento¨, San Juan, Puerto Rico, Museo de las Américas, noviembre de 2003 – enero de 2004.