Por: Darys J. Vázquez
Sin duda, la vida sigue llena de misterio. Por eso, Mendive extiende una invitación a descubrir sus pequeños momentos: desde la poesía de lo cotidiano, con sus objetos y espacios comunes. Su obra sigue la esencia de la vida diaria, revelando la belleza de lo vulnerable. Nace de la simplicidad de las formas y de composiciones serenas—algo extraordinario y mágico—sus visiones de la realidad: el amanecer, el gallo en la azotea, el aleteo de las palomas, el pavo real en reposo, las energías, las ofrendas, los peces en el río y la maternidad. La búsqueda de lo esencial hace que la experiencia sea más directa, como un haiku—breve pero profundo. Con espontaneidad genuina, Mendive capta a menudo momentos fugaces y sutiles de la existencia.
Como un amuleto protector, el Sol corona el cielo en sus paisajes y se convierte en una imagen inconfundible. El venerado Olorun de la tradición yoruba lo guía en su visión del mundo. El Sol lleva el “ojo que todo lo ve”—guardián de la humanidad, símbolo de sabiduría y espíritu. Aparece constantemente, renovando la conexión profunda entre lo divino, la naturaleza y el universo.
En estas obras recientes, las historias narradas se despliegan con la sabia serenidad del tiempo inerte. Mendive evita los gestos grandilocuentes; nos enseña a ver las cosas que miramos cuando tenemos ojos—pero no vemos realmente.
Independientemente de la cultura, religión o creencia, es una visión ancestral.
